
Durante años había rehuído la visión de aquellas fotografías que dormían, embalsamadas, en la caja de los recuerdos.
Había pasado el tiempo, mucho tiempo y por fin se atrevió a abrir su pasado, sus otras vidas, a un amigo. El la conocía desde hace años y sabía de sus historias, de lo mal que lo había pasado en ocasiones y de lo mucho que había vivido. Sin embargo, él quería desde hace tiempo, poner imágenes a esas historias y ella, esa noche, se prestó al juego.
Las fotos, desordenadas, se mezclaban con cartas de amantes olvidados, amores de adolescencia y juventud que ella recordaba bien: los había grabado a fuego en su corazón y luego en su olvido.
Ahora, pasado tanto tiempo, ya nada dolía y era capaz de rebuscar en la caja de los recuerdos con una sonrisa en los labios.
Iba desgranando imágenes con amigos aún presentes en su vida y otros, los más, ausentes. Pertenecían a otros mundos, a otras vidas que ella, tenazmente, se empeñó en desterrar. Era su única arma para soportar el dolor: dejarlo atrás.
Y lo consiguió, claro que lo consiguió.
Ahora, sonriendo mientras amontona escenas ajenas (esas vidas que ya no le pertenecen), piensa en los sentimientos que le movieron a hacer ésto o lo otro y, sobre todo, recuerda con vehemencia las sensaciones que vivió en manos de otros "yo".
Ahora suspira, entre aliviada y divertida, pensando en aquellos besos que poseyó.