jueves, 18 de marzo de 2010


Las horas rotas


Le sorprendió encontrar a Paul a la salida del cine, hacía ya muchos días, semanas, que no cruzaban ni siquiera un mail por lo que aquel encontronazo fué algo violento para ambos.
En realidad no había de qué violentarse, por un tiempo de silencio? y qué más daba?, ya había sucedido otras veces y siempre se resolvió. Bertrand estaba en constante aprendizaje y los últimos acontecimientos de su vida le impedían dar importancia alguna a algún posible malentendido del pasado del que ni siquiera era consciente. No le importaba en absoluto lo que ya hubiera sucedido y sí tenía muy claro lo que quería que sucediese a partir de ahora.
Iba absorto pensando en estas cosas cuándo, al acceder al andén para regresar a casa, le sorprendió una imagen: un reloj herido de muerte.
Leyó rápidamente aquel mensaje: no podía atrapar el tiempo, no, pero era mucho más importante que el tiempo no le atrapara a él; sabía que tenía que mirar hacia adelante y seguir creciendo.
Bertrand no iba a permitir que el tiempo se parase en aquellos acontecimientos de su vida que pudieran perturbarle y convertir sus días en un puñado de horas rotas.
Se subió al tren y, sin volver la vista atrás, partió.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Observadora, como siempre. No se te escapa una...
No se puede decir mas con menos...
Un abrazo

Pepe Ventureira dijo...

Excelente Cristina...un resumen perfecto de las incongruencias del devenir diario, que nos estanca y nos impide crecer...fuerza y empuje en tu prosa, y oportunismo en tu mirada.

Un abrazo

Cristina Catarecha dijo...

Antonio, es lo que tiene la fotografía, que te enseña a observar de manera implacable y a hacer lecturas de forma inmediata. Todo un lujo tu comentario, gracias.
Un beso.

Cristina Catarecha dijo...

Gracias Pepe. Intentar cambiar el pasado es perderse el presente y, probablemente, no encontrar el futuro adecuado.
Un beso.