domingo, 3 de febrero de 2008


El caso del saltador olímpico



El entrenamiento era fundamental para conseguir buenos resultados y él lo sabía.

Jhonny era inteligente y la fuerza de voluntad con que se enfrentaba a todos los aspectos de la vida el pilar central de todos sus actos.

Estaba abierto a nuevas relaciones y no cejaba en su empeño de encontrar a alguien con quien compartir esa parcela de su vida que, desde hacía años, estaba abandonada a la soledad.
Pasaban los años y, a pesar de que la sensación de que compartir hábitos y deseos era cada vez más complicado, no quería arrepentirse de no haberlo intentado.
Las páginas de contactos virtuales eran asiduamente visitadas y, después de haber conocido a mucha gente a través de citas más o menos agradables, halló a Darío. Fué el día de los inocentes, sería un presagio?.

Tras varias semanas de intensos correos y conversaciones en la red, decidieron dar el siguiente paso y se plantearon una cita. Sería en Barcelona.

Era un día de sol brillante y delante de la belleza gótica de Santa María del Mar, Jhonny esperaba a Darío pensando en que, aunque aún no se habían visto, se sentía ya atrapado por la magia de aquella persona. No era frecuente en él sentirse así y, en esta ocasión, la ilusión y la esperanza de haber encontrado, por fin, a una persona especial que le hiciese vibrar de esa forma era ya todo un regalo.
Levemente inclinado hacia delante, mientras se dejaba acariciar por el sol y veía pasar a la gente por uno y otro lado, se miraba la puntera de sus zapatos pensando en cómo iba a ser ese primer momento en que se miraran a los ojos. De repente otros zapatos aparecieron en su campo visual y un “hola” le hizo levantar la cabeza al tiempo que una descarga eléctrica recorría su eje vertebral. Darío había llegado.

Fué otro momento mágico. Uno más con Darío.

Pasaron el día juntos, y la noche. La conversación inteligente, los dulces besos y el sexo intenso se intercalaron hasta el amanecer. Pocas veces, Jhonny, se había sentido así y parecía que Darío iba a la par.
Se despidieron con un beso, una sonrisa y una frase que hacía presagiar muchas noches como aquella.

Pero ese salto, una vez más, falló. Jhonny había entrenado duro, había puesto toda la carne en el asador pero……no pudo ser.

De nuevo, pensó, se había tirado a la piscina y, de nuevo, la piscina no tenía agua. Pero seguiría entrenando duro. Los fracasos duelen pero no vivir, no sentirse vivo, duele mucho más.

1 comentario:

Anónimo dijo...

entiendo de piscinas con o sin agua, de entrenamientos duros, de darse ánimos cuando las agujetas emocionales aparecen, pero tal y como hablábamos ayer, no podemos permitir que alguien que ni siquiera está preparado para ser alumno se convierta en un profesor que marque un antes y un después en nuestras vidas, destruyendo nustras creencias, porque como tú dices al final: "los fracasos duelen pero no vivir,no sentirse vivo, duele mucho más".

NABOURIAN