Cuántas miradas debió atraer este árbol para aislarse del presente que les atormentaba. Estoy segura que su belleza y su elegancia hicieron soñar a más de un refugiado.
Sus raices no las vemos pero, probablemente, estén impregnadas del sufrimiento y las cenizas de los que de allí no salieron.
En Semana Santa suelo acordarme de la grandeza de la iglesia y de esa extraña costumbre de mirar hacia otro lado cuándo no conviene mirar de frente.
Pd. Foto tomada en el campo de concentración de Sachsenhausen, en Berlin, en febrero 2011.
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