Eladio se sentía cómodo en su trabajo. Dedicaba muchas horas a su parada en el mercado pero el contacto con la gente y, por encima de todo, la sencillez de su vida le colmaban de satisfacciones. Durante años vió como otros compañeros se independizaban buscando nuevas y más fructíferas salidas profesionales pero él no lo dudó ni un solo momento: siguió levantándose a las 3 de la mañana para recoger los mejores frutos y ofrecerlos a los paisanos a un precio razonable.
Su parada, de lunes a sábado, ofrecía apenas una docena de productos de lo más cotidiano aunque él era consciente de que no era sólo eso, era mucho más: las fotos que ocupaban las paredes mostrando muchachas atractivas -y en su época descocadas- con esas sonrisas, transportaban a los clientes a tiempos pasados, amables, cercanos. El escenario que ocupaba sus horas no tenía desperdicio: sobre un hombro desnudo, el reloj, junto a su pecho, la báscula, un par de calabazas rozaban los vientres de otras 2 imágenes y los santos, como por azar, tapados por las cebollas
Eladio no quiso nunca modernizar su parada ni vender productos exóticos. Era un lugar perfecto para ver pasar la vida.
Feliz semana.
3 comentarios:
Estos son lugares por los que el tiempo no ha pasado, guardan toda la esencia de lo auténtico, lejos de moderneces, prisas y estudios de marketing.
Muy buena
Un abrazo
Gracias, Ángel.
Un abrazo.
Las paradas de las verduras, los puestos de pescado, de la carne, del “tocino”, el mercado formaba parte de nuestra vida diaria donde no solo comprábamos sino que también compartíamos desde recetas culinarias hasta recetas de corazón. Nostalgia de la rica al ver esta foto (genial como todas, por cierto).
M.Josep
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