Como cada mañana salió de su cobijo con la cabeza alta y el pecho erguido. Su caminar era espasmódico pero decidido y avanzaba rápida y convulsivamente.
Solo pudo dar unos pasos y, cuándo quiso darse cuenta, ya le habían agarrado fuertemente por la pechera. Dió un traspiés y cayó inerte mientras notaba la sangre deslizándose por su garganta.
Ella, con su delantal impoluto y el cuchillo recién afilado, le miraba sonriente calibrando las posibilidades: caldo, horno, guiso?.
El se fué sin decir ni pío.
En paz descanse.
Feliz semana.
10 comentarios:
Hola Cristina, un minirelato tremendamente condensado...quizás como el caldo de pollo...un humor exquisito digno de Jardiel Poncela...un abrazo y un beso...feliz semana.
Una historia con una buena imagen del final del relato.
Podría ser perfectamente una parodía a cualquier desaguisado que se comete con cualquier individuo desde cualquier tipo de poder; así lo he imaginado yo. Con imaginaciones o sin ellas... lo he disfrutado un montón, un abrazo.
Pepe, ver a esos pobres cadáveres desplumados desmayados sobre el mostrador y la sonrisa de la vendedora fué muy inspirador :-).
Un abrazo!!
Gracias Josep Mª. Saludos.
GRacias J.C., me alegra verte por aquí y saber que te he hecho disfrutar.
Un abrazo.
No se porqué, pero los dos que están sobre el mostrador, me recuerdan a mi suegra y a mi cuñada tomando el sol.
A sus pies una vez más.
Un placer conocer tu espacio, tus fotos y sus comentarios.
Saluds
Arturo, te las recordarán pero ser, no son: éstas tienen cresta.
Besos.
Pinto, gracias por la visita.
Saludos.
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