lunes, 12 de mayo de 2008


[María] Doble piel - parte 4ª


Desde que María despertó de su sueño lisboeta su vida fué fluyendo con normalidad y con ilusión.

Deseaba, necesitaba, abrirse a nuevos caminos y aquella furtiva aventura fué para ella como un pistoletazo de salida.

Desde aquel día, sin proponérselo siquiera, el contacto entre ambos fué algo cotidiano aunque únicamente por mail. El teléfono se ignoró y parecía que esa cercanía distante ya les iba bien a los dos. Sin más pretenciones. Tan sólo deseaban compartir una complicidad que añadiría notas de humor a su vida cotidiana.

A medida que los correos iban desgranándose, la confianza entre ambos parecía crecer al mismo ritmo aunque María iba percibiendo que no siempre obtenía respuesta a sus preguntas y que en la misma proporción que ella se iba entregando a esa nueva amistad, él iba replegándose como si creyese que ella iba a entrar al abordaje. Algo completamente absurdo, pensaba ella, ya que no pensaba volver a colgarse de nadie por muy maravilloso que fuese aún ignorando si ese era el caso.

Pasaron los meses y, casualidades de la vida, María se enteró de que al cabo de unas semanas tendrían que verse por circunstancias laborales, las mismas que meses atrás había facilitado su encuentro en Lisboa.

Ella se sentía feliz porque, ya descartada la posibilidad de tener un nuevo escarceo, y habiendo incorporado desde hacía tiempo a Fernando (así se llamaba él) a su lista de amigos cercanos, se sentía relajada y tenía ilusión por verle, abrazarle y charlar sobre los temas que había ido ocupando sus cartas virtuales.

Se iba aproximando la fecha del encuentro y, curiosamente, los correos de él fueron espaciándose. Muchos serían los motivos o muchas las excusas pero a ella no le importaba porque siempre había intentado comprender la forma de actuar de sus amigos y nadie estaba obligado a mantener una determinada actitud. Cada cual es libre de actuar como crea necesario aunque, en este caso, María sospechaba que alguien no lo tenía tan claro.

Llegó el día del encuentro y a sabiendas que la ausencia de un "buen viaje" en los días anteriores presagiaba un pequeño desastre, María esperó con ilusión y mucha calma la llegada de Fernando.

En el congreso, un grupo importante de personas se iba conociendo e intercambiaba datos para ponerse al día de todas las novedades. Pasaron un par de horas sobre lo previsto y, por fin, apareció él.

Ni un abrazo, ni una mirada, ni una sonrisa. Fué como si alguien que no conociese de nada acabara de desembarcar en mitad del océano. Curiosamente fué el único que tuvo con ella tal actitud ya que los demás se presentaron con entusiasmo y naturalidad y los abrazos y besos fueron moneda de cambio constante.

María, muy mentalizada al respecto ya había decidido que nada iba a empañar esos días, ni siquiera él.

Después de un buen rato y como si le estuviesen espiando (sería un doble espía??) Fernando se acercó y, de refilón, como si pasara casualmente junto a ella y hablando de medio lado le dijo "has tenido un buen viaje?", "sí, aunque mucho calor" contestó María, "calor? por qué?" (cómo que por qué?, porque el sol estaba que echaba fuego, porqué iba a ser si no?? furor uterino????).

Después de ese maravilloso encuentro parecía que ya todo estaba dicho. Los días transcurrieron según lo previsto y aunque hubo algún que otro momento que parecía facilitar una conversación entre ambos, lo cierto es que ésta no se produjo más allá de unas cuántas frases y siempre de forma casual, cómo cuándo pasas junto a alguien por la calle y, poniéndote a su altura, dejas caer unas palabras.

María se sentía decepcionada porque sabía que había perdido la posibilidad de que esa amistad diese un paso adelante. Le gustaba la manera en que Fernando parecía enfrentarse a la vida y, sobre todo, su ironía y su humor. Todo eso se quedó en un teclado y en varios "enter". Ni siquiera se quedó a la última comida; María odiaba las despedidas.

Ella, incluso, había pensado proponerle una cosa (que tonta era María!): dentro de unos meses iba a celebrar su cumpleaños y pensaba que este año tenía que ser algo muy especial. Iba a meter (o a intentarlo) a sus mejores amigos en un avión y se los iba a llevar al norte, entre bellos paisajes y mares bravíos, a marisquearse unos manjares y agradecerles así lo mucho que se ha sentido querida por ellos. Iba a incluir en esa lista a Fernando y esposa.

María, tras el congreso, se dió cuenta de que todos tenemos una doble piel. Unos más gruesa que otros, por cierto.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

las dobles pieles se deben a los miedos pero sobre todo a las expectativas. Cada vez estoy más convencido de ello y creo no equivocarme. Cuando escribí mi ensayo sobre la caja de pandora fueron unos cuantos los que me dijeron que era negativo, pero tu María me da la razón. ¿Me gusta tener razón? Fráncamente, no. Realmente no me gusta pensar que las expectativas y las esperanzas llevan a la desilusión, pero la vida es como es, o, ¿es cómo uno la ve?

Nabourian

Cristina Catarecha dijo...

La vida es cómo es o es cómo la vemos....
Sabes? yo me estoy ratificando, cada día más, en mi teoría de que somos lo que creemos y, en este caso creer que la vida es de una manera hace, inevitablemente, que la veamos así.
Reflexionando sobre el tema se me ocurre que esa doble piel puede que tenga mucho que ver con el principio básico de la fotografía: luz recibida y luz reflejada. Saber medir ambas y saber captarla y hacerla nuestra es todo un arte en el que, evidentemente, María no iba sobrada.
Estoy segura de que seguirá intentándolo hasta lograr el punto exacto aunque, por el momento, sus imágenes salgan de lo más distorsionadas.

Besos, muchos.

Ares dijo...

Hola, me he vuelto a mudar.

Respecto a María y las personas-cebolla: me gusta su actitud de reflexiva impavidez.

Abrazosos Ares.

Cristina Catarecha dijo...

Hola, mudosa.

Es lo que tiene la vida que, inexorablemente y si has conseguido aprender a leer entre sus líneas, sacas consecuencias de lo más práctico y que no deberían abandonarnos por nunca jamás.
Para qué lamentarnos por algo que jamás hemos poseído? por qué no analizar con la distancia suficiente lo que nos hiere en lugar de revolcarnos en autocompasiones lamentables?.

María aprende deprisa. Su vida es como si dependiese de una cámara digital: hace la foto, la lee y si el histograma no es correcto....la elimina. Hacer miles de fotos y aprender de su lectura conlleva, como mínimo, aprender a mirar lo que ve.

Besos y abrazos.